Vaciló y con
esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar
algo muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues
en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del
espacio que contienen todos los puntos.
—Está en el sótano del comedor —explicó, aligerada su dicción por la angustia—. Es mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph.
—¿El Aleph? —repetí.
—Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desdetodos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. Código en mano, el doctor Zunni probará que es inajenable mi Aleph.
Traté de razonar.
—Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?
—La verdad
no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierraestán en el
Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.
—Iré a verlo
inmediatamente.
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